lunes, enero 9

Alicia Silva Rey






















































































foto: Alicia Silva Rey






La solitudine


El daño que se causa

es enorme

-me dice -y

su comienzo,

de larga data

puede

rastrearse

y nace

la biblioteca,

como una rosa,

apenas corregida,

de la poesía

material.



Una hilandera alza la rueca, lejos

en un tiempo desencadenado

la ve, la iza, deja caer

los hilos desde una altura

que su talla apremia,

se quita una a una -su vestido-

las vendas,

se cubre la figura del cuerpo

con la figura de los hilos cruzados

más allá del principio de superficie.


Se sabe, la urdimbre es una olla

donde los campos de la trama cuecen

-“el amarillo hecho de balda;

el azul con la raíz de azuzki

o palo azul, bajita

y da azul;

el color tierra, de la pata;

del “lloro”del algarrobo, el café;

lo clarito de astillas del quebracho,

blanco;

la mejor tinta viene

del granado”-.


Más allá del principio de superficie,

el volumen del cuerpo de la hilandera,

envuelto y descubierto,

es el imago de una

industria y re-vuelta

textil.


Neuralgias una

bruma estridente,

cóncava,

me estremezco,

más allá del principio de superficie

percepciones al límite,

tejido

ominoso en el que yazgo sola -pero-

días enteros sin raíces sin sangre

una, errante del ser,

nómade que no

puede abandonar su silla.


Se recomienda Tegretol –conmoción

en el paladar, encías

a punto

de licuefacción, trepa

hacia mi cráneo izquierdo

por la nuca –vuela la tapa

de los sesos-

se hunde en la cuenca

obligatoriamente, este dolor

cuya elipsis

sobreviene

a la caída de la tarde,

en un tiempo desencadenado

crepuscularmente

se retira.

El Tegretol, en su modalidad de píldora,

es duro

duro de verdad como un roble

o como un tirante de quebracho.

Si cae bajo las patas de la mesa de la cocina,

una lo halla intacto


varios días después:

barrerlo, suministrárselo

una a sí misma cada seis horas,

el resto de la vida

neuralgia.



Si el colectivero la tuviera,

seguro no podría

ni el que va tras el camión de la basura

y transtorna los residuos urbanos

ni quien vive en la calle

ni el pizzero errante en la calor.

No podría tampoco el vendedor

ni el viajante ni el barrendero.

No la empleada doméstica

o quien trabaja a la par

del ruido de una máquina

ni la que corta tela y cose bajo un ventilador

(nadie que debiera esforzarse en ambientes

muy cálidos podría)

(o ruidosos), quienes cantan los números

en los bingos durante horas,

los delincuentes oportunistas

que algún grado de concentración necesitan,

tampoco.


Más allá del principio de superficie,

la hilandera

tramada

y desasida a la vez,

canta su malla,

dice: imago de ella de mí

distancia aérea (espacial)

donde mi trama tejo,

doy volumen, a ella como una madre

me debo

(el amarillo, balda;

el azul, raíz de azuski),

industrias confluentes de la

revolución futura,

un paso atrás

-dicen las hilanderas-

artes territoriales,

conos de irradiación natural

entre manos

más acá del principio del trabajo,

por fuera del exilio,

del miedo,

como escribir ser fuerte

y que serlo y decirlo

la misma cosa

sean

y lentamente,

- no se mida como ganancia

o pérdida-

ser insertados

en el tiempo de unas imágenes

en las que no desconcierte

persistir.


Crear la encendida calidad del lapacho

que pierde sus fulgores,

los pierde.

Crear aún lo que está contenido en las cosas:

poder, saber, lenguajes, caducidad

del tiempo de las cosas

que dicen: nos encontramos en la llanura

y hay guerra,

yacemos con el rostro en el barro,

hemos caído con los objetos

infectados de luz.

Es el lugar de la fuga, de La Fuga.

Hemos perdido

el control

de lo real,

hemos

caducado,

somos

definitivos

sobre este puente de madera

que cuelga entre el vacío

de las palabras

y el de la

oscuridad.


Para leerme

fuera, contra de mí,

tejo

la economía de

los hilos perdidos.


(c)Alicia Silva Rey











Quilmes












Provincia de Buenos Aires




















De: La solitudine. Buenos Aires, Editorial CILC (Casi incendio la casa), 2009.

Acerca de la autora:

Alicia Silva Rey nació en Quilmes, provincia de Buenos Aires, en 1950.

Es docente de enseñanza primaria (maestra y bibliotecaria escolar).

Escribió: La mujercita del espejo (1985); Fragmento de correspondencias (1996-2003); Partes del campo (1998); (circa) (2004-2007); Orillos (2006).

Publicó La solitudine (Bs. As., CILC, 2009). Colaboró con Gustavo Fontán en el guión de su película La madre (2010). Escribe en del Sur, agenda cultural de Quilmes, que dirige Sonia Otamendi.





imagen: Dowec, (de la muestra Figuración vigente - Agua - Museo de Arte Tigre)

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