foto: Alicia Silva Rey
La solitudine
El daño que se causa
es enorme
-me dice -y
su comienzo,
de larga data
puede
rastrearse
y nace
la biblioteca,
como una rosa,
apenas corregida,
de la poesía
material.
Una hilandera alza la rueca, lejos
en un tiempo desencadenado
la ve, la iza, deja caer
los hilos desde una altura
que su talla apremia,
se quita una a una -su vestido-
las vendas,
se cubre la figura del cuerpo
con la figura de los hilos cruzados
más allá del principio de superficie.
Se sabe, la urdimbre es una olla
donde los campos de la trama cuecen
-“el amarillo hecho de balda;
el azul con la raíz de azuzki
o palo azul, bajita
y da azul;
el color tierra, de la pata;
del “lloro”del algarrobo, el café;
lo clarito de astillas del quebracho,
blanco;
la mejor tinta viene
del granado”-.
Más allá del principio de superficie,
el volumen del cuerpo de la hilandera,
envuelto y descubierto,
es el imago de una
industria y re-vuelta
textil.
Neuralgias una
bruma estridente,
cóncava,
me estremezco,
más allá del principio de superficie
percepciones al límite,
tejido
ominoso en el que yazgo sola -pero-
días enteros sin raíces sin sangre
una, errante del ser,
nómade que no
puede abandonar su silla.
Se recomienda Tegretol –conmoción
en el paladar, encías
a punto
de licuefacción, trepa
hacia mi cráneo izquierdo
por la nuca –vuela la tapa
de los sesos-
se hunde en la cuenca
obligatoriamente, este dolor
cuya elipsis
sobreviene
a la caída de la tarde,
en un tiempo desencadenado
crepuscularmente
se retira.
El Tegretol, en su modalidad de píldora,
es duro
duro de verdad como un roble
o como un tirante de quebracho.
Si cae bajo las patas de la mesa de la cocina,
una lo halla intacto
varios días después:
barrerlo, suministrárselo
una a sí misma cada seis horas,
el resto de la vida
neuralgia.
Si el colectivero la tuviera,
seguro no podría
ni el que va tras el camión de la basura
y transtorna los residuos urbanos
ni quien vive en la calle
ni el pizzero errante en la calor.
No podría tampoco el vendedor
ni el viajante ni el barrendero.
No la empleada doméstica
o quien trabaja a la par
del ruido de una máquina
ni la que corta tela y cose bajo un ventilador
(nadie que debiera esforzarse en ambientes
muy cálidos podría)
(o ruidosos), quienes cantan los números
en los bingos durante horas,
los delincuentes oportunistas
que algún grado de concentración necesitan,
tampoco.
Más allá del principio de superficie,
la hilandera
tramada
y desasida a la vez,
canta su malla,
dice: imago de ella de mí
distancia aérea (espacial)
donde mi trama tejo,
doy volumen, a ella como una madre
me debo
(el amarillo, balda;
el azul, raíz de azuski),
industrias confluentes de la
revolución futura,
un paso atrás
-dicen las hilanderas-
artes territoriales,
conos de irradiación natural
entre manos
más acá del principio del trabajo,
por fuera del exilio,
del miedo,
como escribir ser fuerte
y que serlo y decirlo
la misma cosa
sean
y lentamente,
- no se mida como ganancia
o pérdida-
ser insertados
en el tiempo de unas imágenes
en las que no desconcierte
persistir.
Crear la encendida calidad del lapacho
que pierde sus fulgores,
los pierde.
Crear aún lo que está contenido en las cosas:
poder, saber, lenguajes, caducidad
del tiempo de las cosas
que dicen: nos encontramos en la llanura
y hay guerra,
yacemos con el rostro en el barro,
hemos caído con los objetos
infectados de luz.
Es el lugar de la fuga, de La Fuga.
Hemos perdido
el control
de lo real,
hemos
caducado,
somos
definitivos
sobre este puente de madera
que cuelga entre el vacío
de las palabras
y el de la
oscuridad.
Para leerme
fuera, contra de mí,
tejo
la economía de
los hilos perdidos.
(c)Alicia Silva Rey
La solitudine
El daño que se causa
es enorme
-me dice -y
su comienzo,
de larga data
puede
rastrearse
y nace
la biblioteca,
como una rosa,
apenas corregida,
de la poesía
material.
Una hilandera alza la rueca, lejos
en un tiempo desencadenado
la ve, la iza, deja caer
los hilos desde una altura
que su talla apremia,
se quita una a una -su vestido-
las vendas,
se cubre la figura del cuerpo
con la figura de los hilos cruzados
más allá del principio de superficie.
Se sabe, la urdimbre es una olla
donde los campos de la trama cuecen
-“el amarillo hecho de balda;
el azul con la raíz de azuzki
o palo azul, bajita
y da azul;
el color tierra, de la pata;
del “lloro”del algarrobo, el café;
lo clarito de astillas del quebracho,
blanco;
la mejor tinta viene
del granado”-.
Más allá del principio de superficie,
el volumen del cuerpo de la hilandera,
envuelto y descubierto,
es el imago de una
industria y re-vuelta
textil.
Neuralgias una
bruma estridente,
cóncava,
me estremezco,
más allá del principio de superficie
percepciones al límite,
tejido
ominoso en el que yazgo sola -pero-
días enteros sin raíces sin sangre
una, errante del ser,
nómade que no
puede abandonar su silla.
Se recomienda Tegretol –conmoción
en el paladar, encías
a punto
de licuefacción, trepa
hacia mi cráneo izquierdo
por la nuca –vuela la tapa
de los sesos-
se hunde en la cuenca
obligatoriamente, este dolor
cuya elipsis
sobreviene
a la caída de la tarde,
en un tiempo desencadenado
crepuscularmente
se retira.
El Tegretol, en su modalidad de píldora,
es duro
duro de verdad como un roble
o como un tirante de quebracho.
Si cae bajo las patas de la mesa de la cocina,
una lo halla intacto
varios días después:
barrerlo, suministrárselo
una a sí misma cada seis horas,
el resto de la vida
neuralgia.
Si el colectivero la tuviera,
seguro no podría
ni el que va tras el camión de la basura
y transtorna los residuos urbanos
ni quien vive en la calle
ni el pizzero errante en la calor.
No podría tampoco el vendedor
ni el viajante ni el barrendero.
No la empleada doméstica
o quien trabaja a la par
del ruido de una máquina
ni la que corta tela y cose bajo un ventilador
(nadie que debiera esforzarse en ambientes
muy cálidos podría)
(o ruidosos), quienes cantan los números
en los bingos durante horas,
los delincuentes oportunistas
que algún grado de concentración necesitan,
tampoco.
Más allá del principio de superficie,
la hilandera
tramada
y desasida a la vez,
canta su malla,
dice: imago de ella de mí
distancia aérea (espacial)
donde mi trama tejo,
doy volumen, a ella como una madre
me debo
(el amarillo, balda;
el azul, raíz de azuski),
industrias confluentes de la
revolución futura,
un paso atrás
-dicen las hilanderas-
artes territoriales,
conos de irradiación natural
entre manos
más acá del principio del trabajo,
por fuera del exilio,
del miedo,
como escribir ser fuerte
y que serlo y decirlo
la misma cosa
sean
y lentamente,
- no se mida como ganancia
o pérdida-
ser insertados
en el tiempo de unas imágenes
en las que no desconcierte
persistir.
Crear la encendida calidad del lapacho
que pierde sus fulgores,
los pierde.
Crear aún lo que está contenido en las cosas:
poder, saber, lenguajes, caducidad
del tiempo de las cosas
que dicen: nos encontramos en la llanura
y hay guerra,
yacemos con el rostro en el barro,
hemos caído con los objetos
infectados de luz.
Es el lugar de la fuga, de La Fuga.
Hemos perdido
el control
de lo real,
hemos
caducado,
somos
definitivos
sobre este puente de madera
que cuelga entre el vacío
de las palabras
y el de la
oscuridad.
Para leerme
fuera, contra de mí,
tejo
la economía de
los hilos perdidos.
(c)Alicia Silva Rey
Quilmes
Provincia de Buenos Aires
De: La solitudine. Buenos Aires, Editorial CILC (Casi incendio la casa), 2009.
Acerca de la autora:
Alicia Silva Rey nació en Quilmes, provincia de Buenos Aires, en 1950.
Es docente de enseñanza primaria (maestra y bibliotecaria escolar).
Escribió: La mujercita del espejo (1985); Fragmento de correspondencias (1996-2003); Partes del campo (1998); (circa) (2004-2007); Orillos (2006).
Publicó La solitudine (Bs. As., CILC, 2009). Colaboró con Gustavo Fontán en el guión de su película La madre (2010). Escribe en del Sur, agenda cultural de Quilmes, que dirige Sonia Otamendi.
imagen: Dowec, (de la muestra Figuración vigente - Agua - Museo de Arte Tigre)
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