foto: Álvaro Mata Guillé
En nuestros días,
(días alejados del estupor de los campos
del hedor calcinado de hueso en los hornos de hueso
del ahogo y el miedo de gas y dientes de polvo en el lodo,
en las grietas del ahogo
las arrugas;
de ojos y el terror de los ojos en los dientes
en la hendedura negra del ojo
en los dientes;
de rezos aplastados en las vigas,
en las manchas del cuerpo y el cuerpo que mancha el color destiñendo el sopor en los ladrillos
los trazos
los vagones
el rostro aplastado en las columnas;
de sal negra en la nieve negra del fango
del sopor en la ausencia
en los huecos que perforan la carne de hueso en las piedras,
del susurro en los huecos de las urnas,
en las cámaras,
en el silencio que vulnera el sopor muerto del silencio asimilando el tiempo, violando el mutismo sosegado en la costumbre,
en el tiempo,
en el túmulo,
los tablones
los insectos…)
el otro
-el yo el vos el tú,
lluvia que encubre la niebla y ahueca el viento-
desaparece como un espejismo en la avidez del prisma,
como una fosa perdida en la oscuridad del brillo,
como un espectro que persigue el moho en el fulgor del moho,
reflejo de una alucinación sin pétalos,
ni fulgor;
pero,
qué quieren decir estas frases:
que se han ido los pájaros
y la mirada se ausenta en la ceniza,
en la bruma en la tiniebla,
en el llanto al lado del riachuelo próximo al cerco, que atrapa el susurro que baja de las ramas en las nubes en el viento,
poseído por un brillor de abolorio muerto:
que nos hemos convertido en esplendor gris de lo que ocurre, hacinados en la oscuridad de un espectáculo que acumula rostros como celdas de una colmena pudriendo lo luminoso,
escondidos en el espejismo,
en la soledad de la ausencia
en el miedo
en el viento;
que se ha ido el deseo
y el umbrío cubre la sonrisa en la sombra y macha las arrugas de pus en los ojos, en los dedos en la pus,
en el espejo,
en el rostro de la laguna muerta:
la lluvia oscurece la poza estancada en la imagen de piedra,
las piedras del riachuelo
los pétalos de piedra
los tablones
los dedos yertos desfigurados en el piso,
los insectos...
Todo
vuelve al mismo sitio:
la ciudad con el escozor de su brillo,
el rumor que bosqueja el río en los bosques de musgo, alejados del
cielo y el agua de piedra:
el centelleo opaca el sopor en las sombras,
el vislumbre de las luces,
el murmullo empozado en el riachuelo al lado del llanto en el cerco, los pétalos mecidos en las nubes y las ramas que cercenan los árboles
y su luto:
la noche está afuera,
es adentro,
permuta en el sigilo de pasos de noche
en los surcos que agrietan el párpado,
en las urnas
en el humo de barro del humo:
(busqué los pájaros en los árboles
y los muertos se habían ido,
solo apareció un perro con cadenas que corría hacia el monte
traspasando el herrumbre que goteaba en las columnas
-los gritos en las puertas,
el rumor en los sepulcros,
en las losas de los nichos clausurados-
golpeando la arena del túmulo de polvo
la ceniza
la sal de la estatua derruida en la nieve
en los barrotes de la iglesia,
las calles de susurros inundadas por una flor de pétalos de piedra
desmoronándose en los caminos
en los cerros
en la arena del viento)
la noche es afuera,
está adentro,
muta sin mutar en el crepúsculo:
(los árboles
venían detrás de nosotros
con los pájaros
con los grillos,
buscando el nacimiento del eco
y la sangre de un becerro muerto que florecía en el ara en las piedras, en la lumbre de la sangre en las velas, las manos y uñas del sudor del lodo en la carne y el altar del sacrificio,
junto a la casa de los venados
que recibía los rezos
y ofrendas,
en ese lugar
donde nace el sol
y la sombra baña la espalda del cerro
y lo quema,
donde nace el viento
y las cosas vuelven sin volver
al principio)
la historia,
es bruma, vacío,
el vacío en la sombra,
yo mismo en el umbrío, en la flor que transparenta en la laguna de piedra,
en el llanto de los pétalos en el árbol,
en el ladrido del perro arrastrando las cadenas en el trecho,
en el monte junto al cerro,
entre huesos y ramas escondidas en las nubes
en los ojos de las urnas:
los insectos ululan en las flores del jardín prohibido,
en el camino hacia la laguna muerta,
en busca de las estrellas de granito:
la vida aquieta la vida
la nada se disgrega en la nada
en la niebla
en el viento.
(días alejados del estupor de los campos
del hedor calcinado de hueso en los hornos de hueso
del ahogo y el miedo de gas y dientes de polvo en el lodo,
en las grietas del ahogo
las arrugas;
de ojos y el terror de los ojos en los dientes
en la hendedura negra del ojo
en los dientes;
de rezos aplastados en las vigas,
en las manchas del cuerpo y el cuerpo que mancha el color destiñendo el sopor en los ladrillos
los trazos
los vagones
el rostro aplastado en las columnas;
de sal negra en la nieve negra del fango
del sopor en la ausencia
en los huecos que perforan la carne de hueso en las piedras,
del susurro en los huecos de las urnas,
en las cámaras,
en el silencio que vulnera el sopor muerto del silencio asimilando el tiempo, violando el mutismo sosegado en la costumbre,
en el tiempo,
en el túmulo,
los tablones
los insectos…)
el otro
-el yo el vos el tú,
lluvia que encubre la niebla y ahueca el viento-
desaparece como un espejismo en la avidez del prisma,
como una fosa perdida en la oscuridad del brillo,
como un espectro que persigue el moho en el fulgor del moho,
reflejo de una alucinación sin pétalos,
ni fulgor;
pero,
qué quieren decir estas frases:
que se han ido los pájaros
y la mirada se ausenta en la ceniza,
en la bruma en la tiniebla,
en el llanto al lado del riachuelo próximo al cerco, que atrapa el susurro que baja de las ramas en las nubes en el viento,
poseído por un brillor de abolorio muerto:
que nos hemos convertido en esplendor gris de lo que ocurre, hacinados en la oscuridad de un espectáculo que acumula rostros como celdas de una colmena pudriendo lo luminoso,
escondidos en el espejismo,
en la soledad de la ausencia
en el miedo
en el viento;
que se ha ido el deseo
y el umbrío cubre la sonrisa en la sombra y macha las arrugas de pus en los ojos, en los dedos en la pus,
en el espejo,
en el rostro de la laguna muerta:
la lluvia oscurece la poza estancada en la imagen de piedra,
las piedras del riachuelo
los pétalos de piedra
los tablones
los dedos yertos desfigurados en el piso,
los insectos...
Todo
vuelve al mismo sitio:
la ciudad con el escozor de su brillo,
el rumor que bosqueja el río en los bosques de musgo, alejados del
cielo y el agua de piedra:
el centelleo opaca el sopor en las sombras,
el vislumbre de las luces,
el murmullo empozado en el riachuelo al lado del llanto en el cerco, los pétalos mecidos en las nubes y las ramas que cercenan los árboles
y su luto:
la noche está afuera,
es adentro,
permuta en el sigilo de pasos de noche
en los surcos que agrietan el párpado,
en las urnas
en el humo de barro del humo:
(busqué los pájaros en los árboles
y los muertos se habían ido,
solo apareció un perro con cadenas que corría hacia el monte
traspasando el herrumbre que goteaba en las columnas
-los gritos en las puertas,
el rumor en los sepulcros,
en las losas de los nichos clausurados-
golpeando la arena del túmulo de polvo
la ceniza
la sal de la estatua derruida en la nieve
en los barrotes de la iglesia,
las calles de susurros inundadas por una flor de pétalos de piedra
desmoronándose en los caminos
en los cerros
en la arena del viento)
la noche es afuera,
está adentro,
muta sin mutar en el crepúsculo:
(los árboles
venían detrás de nosotros
con los pájaros
con los grillos,
buscando el nacimiento del eco
y la sangre de un becerro muerto que florecía en el ara en las piedras, en la lumbre de la sangre en las velas, las manos y uñas del sudor del lodo en la carne y el altar del sacrificio,
junto a la casa de los venados
que recibía los rezos
y ofrendas,
en ese lugar
donde nace el sol
y la sombra baña la espalda del cerro
y lo quema,
donde nace el viento
y las cosas vuelven sin volver
al principio)
la historia,
es bruma, vacío,
el vacío en la sombra,
yo mismo en el umbrío, en la flor que transparenta en la laguna de piedra,
en el llanto de los pétalos en el árbol,
en el ladrido del perro arrastrando las cadenas en el trecho,
en el monte junto al cerro,
entre huesos y ramas escondidas en las nubes
en los ojos de las urnas:
los insectos ululan en las flores del jardín prohibido,
en el camino hacia la laguna muerta,
en busca de las estrellas de granito:
la vida aquieta la vida
la nada se disgrega en la nada
en la niebla
en el viento.
(c) Álvaro Mata Guillé
los poemas publicados pertenecen al libro Sobre fragmentos, de próxima aparición en México.
Álvaro Mata Guillé nació en Costa Rica, actualmente vive en México.
Es director de teatro, escritor, ensayista, dramaturgo.
Director del grupo Baco teatro-danza, de Costa Rica. Director del Instituto de Creación Poética de la Casa de Refugio y de la Revista Locutorio, editada en San Luis Potosí, México, como también coorganizador, junto a Mario Alonso López, del Festival Internacional de Poesía Abbapalabra en México, como también del proyecto Transpoesía (Costa Rica, México, Argentina). Tiene varios libros publicados, entre ellos Debajo del viento (Argentina 2010, Venezuela 2005), Escenas de una tarde (Costa Rica 2004 en dos ediciones), Intemperies (México 2005). Saldrán próximamente dos libros más que se publicarán en México y Colombia, como también ensayos en diversas revistas y periódicos internacionales. Con su grupo Baco teatro-danza, ha montado más de diez obras, presentadas en diversos países de Latinoamérica, como la participación en varios films, como actor y guionista.