miércoles, abril 22

Carlos Almira Picazo


Mientras afuera los cuervos









Compañero,

el tiempo va a separarnos;

juguemos ahora:

tú se el ladrón

y yo el policía;

esto se acaba;

el tiempo va a separarnos.



Farolas, noche fría,

dentro de mi abrigo

me hace cantar.







Encontrarás mis defectos,

de donde nace mi cariño.

Querrás descubrir las cosas

por ti solo.

No querrás ir de mi mano,

al principio me dolerá;

padre e hijo, la luna

colgará sobre la calle.




Las tardes corren por el cielo,

vienen a visitarte a ti solo.

Árbol nocturno apaciguado,

sin hacer ruido, fumarolas.













Entonces,

yo estaba suspendido de tu voz.

“Cerrad la ventana”,

decía alguien.

O ladraba un perro remoto.

Ruidos de puertas,

de tráfico, de pasos

en la escalera, y lo más asombroso,

de jardines, de atardecer.

¡Santas interrupciones

por las que ahora sé que he estado allí!




La vecina del entresuelo cuida de sus macetas.

Mientras, el cáncer avanza: le ha dado ya su plazo.

De la calle remota llega un rumor

que se absorbe en el sol de la mañana.

De vez en cuando ella levanta la cabeza como si escuchara.




La ciudad se borrará como después del diluvio:

sólo quedará una placita con un banco.

No importará lo que sientas:

te darás cuenta de que eres un extraño

y cualquier cosa te servirá de consuelo,

aunque sea una placita con un banco,

en la ciudad barrida por el diluvio.



La ambición es moneda corriente

El amor una forma de aturdirse:

tiene que haber algo más grande,

algo más digno por lo que vivir.

Así pensaba yo hasta hace poco,

lleno de orgullo, sin experiencia.










En vez de adaptarnos a las circunstancias,

mantengamos firme nuestra fe:

aquello en lo que creemos verdaderamente,

si nada nos hace cambiar de parecer;

tomando de cada día lo nuevo y singular,

aunque no se cumpla lo que esperamos, y el mal

y la necedad aparentemente triunfen;

no endurecidos sino más fuertes cada vez,

seamos algo más que un mero accidente.




El amor no hace que las cosas nos pertenezcan:

cuando duermes tu cuerpo tampoco te pertenece;

tu expresión ajena es una mariposa extraviada;

tus brazos sobre las sábanas, maderos entre olas.



El crepúsculo al fin, con su veneno,

se cuela por las calles fantasmales.

Amor, ya se insinúan tus corales,

podemos abrazarnos, todo es bueno.

Qué importa quiénes fuimos, a cuentagotas

el día se destila en nuestras venas.

Amor, todas las cosas están llenas

y todas las esclusas están rotas.

Olvidar cada día, tantos días:

el polvo, la ceniza que nos cerca.

Se ha abierto la veda de los abrazos.

Estamos solos, amor, como querías.

La vida es un espejo hecho pedazos,

algo inconmensurable que se acerca.















“Las cosas tristes se quedan en nosotros,

tienen nombres como las calles;

las cosas alegres

siguen adelante,

sin nombre” (Yehuda Amijaí).


¿A qué preguntar

si tengo coche,

o cambié de trabajo?

Si no vamos a vernos

ni podemos hacer

que todo sea como antes

(lo que es imposible),

entonces dejémoslo

que siga adelante

con olvidadiza alegría.







Domingo por la tarde: Dios bosteza;

lejos ensaya un pájaro enjaulado;

Carlos en su paisaje encaramado

otea el horizonte, pieza a pieza.

Algo calla, la vida , la belleza

-un ángel-, suena un claxon desmayado;

lejos ensaya un pájaro enjaulado;

alma adentro hay un túnel de tristeza.



Algo calla, la tarde gota a gota

escurre su nostalgia deicida;

el niño prueba todos los barrotes.

No cabe la cabeza, ni la bota

puede pisar los charcos con sus trotes;

ni bajo eso que calla está la vida.




Será cada ayer

como un ladrillo,

cuidadosamente dispuesto

en el muro.



En el parque los títeres se atizan: el guiñol;

pasan hombres difuntos solos, niños que no han nacido;

hay en el aire algo como un sabor a olvido;

los árboles, las nubes, los pájaros, el sol.

Don sol y doña luna presiden la batalla;

la tarde misteriosa flota con un temblor;

por un momento todo queda en suspenso, calla

sobre el dragón herido; lejos, un ruiseñor.

Pasan hombres que fueron niños, escuetos,

solos, con sus mortajas, con su incredulidad;

se paran a admirar los héroes de cartón.

Hay una nota fúnebre en los títeres quietos;

y como un anticipo de la Eternidad

que roza la arboleda febril del corazón.



No sé qué emociones me arrastran a ese día

donde llueve, como una calle que se aburre.



Esta es nuestra casa:

nosotros la pagamos;

esta es nuestra vida,

este, nuestro jardín.

Afuera: la desgracia;

el viento, el frío, la lluvia;

el aullido de los lobos.


Es absolutamente falso

que Dios naciera en un corral

y que vaya a redimir al mundo.

El mundo está maldito,

y los seres humanos

se diferencian del resto de los animales

en que roban y matan a conciencia.



Hasta el día en que todo

nos devuelva nuestra imagen,

un trazo aquí, otro allá,

-amor y odio mezclados-

he dibujado tu rostro.




El mundo se acabará

con todos sus libros,

todos sus amores,

pero tendré tu olor.

Habrá guerra

y de nuevo paz,

para pasear y vivir.

Volveré a ser niño

por la calle de la escuela,

con un gato entre los pies,

y aún tendré tu olor.




Ni los colores chillones;

ni el amor por Frank Sinatra;

ni los días de lluvia;

han evitado tu muerte.

Ni el sol de los domingos;

ni el rumor de la escalera;

ni el rumor de la infancia;

ni los zapatos nuevos,

sin estrenar.



No sabes que al romper sobre tu arena

el tiempo, con sus olas, te vacía;

que inexorablemente vendrá un día

en que caerá el telón sobre la escena.

Se rompió el eslabón de la cadena

que te ataba a las cosas todavía.

No sabes dónde fue tanta alegría,

cuándo huyó de tu rostro tanta pena.

Al mirarte al espejo una mañana

no encontraste al niño que tú fuiste,

y cruzaste la calle como un rito.

Te acodaste, sin brillo, en la ventana

negra, y te vio una calle triste,

que fue tuya, y después el infinito.
















Por tu expresión abierta pasa un río,

ah, arboleda de otoño desvelada!

Rómpeme el corazón con esa espada,

antes de que me alcance tu vacío.

Que yo me enroscaré en tu escalofrío

y en tu risa de abril desarbolada;

antes de que me alcance tu mirada,

hazme un sitio en tu sueño y en tu frío!

Quiero el sol desabrido que te toca,

la curva de tu calle empinada,

y tus brazos en cruz como saetas!

Vendrá el mar a tallar tu ojo de roca

en los jardines de la madrugada,

a buscar esqueletos de cometas.



Yo sé que cada beso nos prepara

noches de soledad, días sin fruto;

diciembres de huracanes y de luto;

noches insomnes de pupila clara.

Que en tu frente, en tus ojos, en tu cara,

mi beso, lobo gris de flanco hirsuto,

no dejará ni un rastro diminuto,

en la lengua y los dientes que incendiara.

Yo sé que cada abrazo nos distancia

un poco más; que el lobo perseguido

de mi beso huye a un frío fugitivo.



He sembrado en el viento tu fragancia

por nieblas de recuerdos y de olvido,

aquí y ahora, herido en lo más vivo.










Vas a mi lado y hablamos: es la misma ciudad

desierta, enamorada, de nuestra juventud;

los faros lamen con sus ascuas heladas el ataúd

de las esquinas, negras como la Eternidad.



He cerrado los ojos para verte de nuevo

como entonces: el alma acaricia las cosas;

para oír tu silencio las calles van hermosas;

he cerrado los ojos donde siempre te llevo.



Todo es triste, tan triste, que ya casi me pesa;

y me duele tu voz, pájaro, heraldo prisionero;

la madrugada alumbra su rosal desahuciado.



Y tú vas a mi lado como entonces por esa

ciudad, que nos ahoga con su eterno aguacero:

con mi eterna nostalgia de hombre enamorado.





Me gustaría hablarte en voz muy baja;

que entre nosotros no quedase espacio;

acariciarte, hablarte muy despacio;

que el tiempo no jugase con ventaja.

Recoger aunque fuera una migaja

de tus profundidades de topacio;

Regresar de tu sueño muy despacio

con una flor marchita en la baraja.

Me gustaría hablarte tan bajito

que entre nosotros no quedase nada

más que un escalofrío infinito.

Y después despertarme muy despacio

entre las ondas de tu pelo lacio,

en el escalofrío de la almohada.








Nunca me había sentido tan ufano

por un poco de sol. Todos los días he nacido.

Lloro de agua, me acurruco en frías horas.

Deslindo tu silueta en plazas soleadas.



Hago el mismo paseo, leo el mismo libro.

Las voces germinan tras muros infranqueables.

La ciudad se prolonga tras muros infranqueables.

Tu voz vibra como las alas de los pájaros.




Nunca me había sentido tan ufano

por un poco de sol. Todos los días

despierto, me acurruco en horas frías

donde tu muerte es un sarcasmo vano

Paseo mi silencio meridiano

tras un muro. Como cuando vivías

palpita todo. La calle que subías

cada año florece más temprano.

Firmamento lleno de peces y de días,

qué heladas sombras van a atropellarte

con las flores del año que se ha ido.

Y te he hecho de tantas cosas mías

que me cuesta trabajo imaginarte

separado del hombre que he querido.




Ahora que todo ha pasado

qué sol, sentémonos

aquí; ahora que todo ha pasado

como un aullido o un arrullo,

sentémonos aquí.





Del claustro huye el infierno: ensaya

en el retiro de un ciprés

un pájaro, ha sido proclamado:

el amor vence a Dios.





El sol a punto de salir

por el hormiguero de mi sangre,

por el hormiguero de mi cuerpo,

con todos los sonidos del día.

Toda la noche se ha quedado en tus ojos.




África: un sol violento,

maciza como un sarcófago

entre dos océanos.




Nací a los siete años (antes era inmortal);

fui de un colegio de monjas a uno de curas;

renuncié a ser astronauta y vaquero del oeste;

tuve amigos que perdí y otros que me perdieron;

he vivido en muchas ciudades, siempre en la misma calle;

conocí a mi padre a los veinte años y me perdoné;

me he enamorado muchas veces antes de la primera;

-mi mujer estaba enamorada de mí antes de conocerme-;

estudié una carrera sin salidas y me salió bien;

quería comerme el mundo, ahora quiero pasear por la playa;

tuve un hijo como una torre en el horizonte;

y me moriré aunque no en París, un día cualquiera de sol.





El amor es la amalgama del mundo,

la rosa y el ruiseñor de Kayyam:

el amor hace posible lo imposible;

el sol se ha abrigado en el agua.









Amor, envíame

una sola gota

para que me hinche y estalle,

y saboree tus cielos.

Si soy un lirio

adornaré a tus reyes;

si soy un árbol

te daré mi sombra..





Ropas de verano, caras sonrientes.

Calabobos repentino.

Nadie corre.

La calle atestada, las tiendas abren sus persianas.



Dos estudiantes: sus voces

se reúnen con el ruido de la calle.

Yo solo: mi silencio.

Entre las mesas alineadas, la tarde.



La plaza de Las Monjas, la Gran Vía;

(una callecita cuyo nombre he olvidado);

parte de un dibujo borroso; voces de niños;

domingos desiertos; ¿qué canta dentro de uno?

Una cigüeña congelada en un vuelo bajo.





Gorrión de la mañana:

el amor

¿te hace volar como a mí?






Con razón o sin ella

me dejasteis solo:

sin pensar que la razón

necesita brazos y piernas

para andar por el mundo.



No volveremos a vernos:

creerás que te he engañado;

abrirás la ventana;

le ofrecerás tu rostro.

Sonreirás ante el espejo

mientras oyes la lluvia

que lava el pasado,

y enturbia el presente.



Ahí está Carlos, leyendo,

con su dolor de muelas;

ahí está Carlos, solo,

paseando a su Alma.

La tarde es un gato,

retazo de primavera.


Qué ternura, Lolita, vida mía

espera en tus rodillas y en tu oído;

por tu cara, una luna llena y fría

desciende hasta las fuentes de mi olvido.

Mañana será el llanto y la alegría;

la zozobra de todo lo que fuimos;

el amor que apostamos y perdimos;

el amor que nos salva todavía.

Qué ternura te llena, te insinúa:

el vientre va al galope hacia las manos

en flor, por tu regazo amanecido.

Mañana cada flor tendrá su púa;

la risa alumbrará sus dientes vanos

contra el árbol del mundo estremecido.



Blanco estallido de la ladera,

que anuncias la nada,

la única, la antigua

Nada, en la que creo.




Tu abrazo abarca toda mi esperanza,

bancal de mi alegría y de mis besos;

huerta donde floreces de mis huesos;

tempestad cuyos pétalos alcanza

mi risa, entreverada de añoranza,

lleva a tu boca pétalos ilesos;

mis sueños rompen ángeles y yesos;

mi amor asoma por tu semejanza.

Nunca pensé pedirte lo que digo;

nunca quise la vida como ahora;

hijo mío, mi abeja destrenzada.

Tú llevarás mi nada, mi testigo,

hijo mío; mi abrazo sin aurora,

más allá del amor y de la nada.


En este poema

hay una palabra

rebelde: abejorro

enamorado de su silencio.



El peral en flor

echó a volar,

dejó en tierra su perfume.

Mi amor, sólo una estela

de remordimientos.




Zarpo con el día

en el barco de los narcisos:

incrédulo y receloso,

a la inmensidad.



Ayer vi el sofá

de nuestros primeros

besos y abrazos.

Caballo del amor,

¡el tiempo ha desmontado a tu jinete!



Me llevé tu mirada

sin que nadie se asombrase

del brillo de la mía.



Amor, estoy en tus ojos y en tu respiración:

la vida es una serpiente; su escondrijo, un hilo de aire.


No me digas tu nombre;

no me hables de tu vida;

no me digas nada, amor:

los reyes, los libros son mudos.

(c) Carlos Almira Picazo


imagen:
ALIGHIERO BOETTI
"A veces sol a veces luna", (de la muestra en la Fundación Proa)

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