lunes, abril 13

Ulises Varsovia


Clarividencia

Clarividencia cristal,

cristalina clarividencia

la poesía

envuelta en túnica talar, huidiza en cadencias

de fugaz melodía.

Lámpara luminosidad,

lámpara luz esplendente

encendida

de misterio oracular,

fluyendo a torrentes

y apenas asida.

Toda su virtud llamear

de desnuda claridad

ofrecida,

y su vuelo parpadear

con alas celeridad

sólo sentidas.

Ráfaga luz incendiaria,

ráfaga lumbre de astros

adormecida

en el espejo del agua,

roto si la sed sus labios,

o apenas decirla.

Clarividencia cristal,

diáfano río sonando

la poesía,

y su veloz parpadear

en tu ansiedad un resabio

de melancolía.


De:Racimos (1998)

(Inédito)


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Llaves

Años de difusa luz

detenidos, temblorosos,

en la caligrafía

de mis viejos cuadernos.

Alguien vino aquella vez,

alguien tocó a mi puerta,

y me entregó un manojo

de llaves oxidadas,

carcomidas por el tiempo.

¿Qué cerradura abriré,

a qué casa fantasma

regresaré con los míos

a soplar el polvo,

a reconocernos, di?

¿En qué fría habitación,

sobre qué lecho vetusto

depositaré mi cuerpo

para volver a dormir,

para regresar del sueño?

¿Y quién nos llamará, di,

quién irá de cuarto en cuarto

llamándonos en alta voz,

pronunciádonos despierta,

con la misma voz del ayer?

Imágenes de mi cuaderno,

letras que escribí llorando

para arrancarnos del polvo,

para volver a vivir.

Alguien vino, sí, hermanos,

alguien me reconoció,

alguien me entregó las llaves

de las viejas cerraduras,

de una casa, un lecho, una voz.


De: Pasto de las llamas (2008)

(Inédito)

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Bruma materna

De entre la bruma asome una mano,

asome un rostro inconfundible

lleno de indelebles cicatrices,

asomen las fotografías

de niños clavados en el tiempo,

y la silueta de una mujer

de indefinibles rasgos, llorando.

Nadie más que tú, desconocido,

anónimo viajero en camino

por las páginas de las vidas,

nadie más que tú los indicios,

las llaves, los escondrijos,

el aroma de los ausentes.

Tú el mismo el que allí, detenido

en medio de brumosas formas,

tú mismo el que soplando, hinchados

los carrillos de tempestades,

tú el único, hijo, que en lo alto

con tu mirada pura tendida,

mirando acercarse a los difuntos.

Déjala levantarse, siquiera,

déjala proferir, llorando,

las palabras del perdón, siquiera.

Déjame, hijo, llegar a tu vera,

y acariciar tus amados rasgos,

y decirte adiós por vez postrera.

(Pero has de seguir asomando

por entre la materna bruma,

con tu inconfundible rostro

lleno de indelebles cicatrices,

y la silueta de otra mujer

de indefinibles rasgos, llorando).


(inédito)


(c) Ulises Varsovia


Chile- Suiza

imagen: Sola, Martín Di Girolamo, (de la muestra "De rosas, capullos y otras fábulas" en la Fundación Proa)




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